En 2010, el Ministerio de Educación y la Agencia de Seguridad Vial de Argentina pusieron en marcha el Programa de Fortalecimiento de Educación Vial, dentro del Plan Nacional de Educación Vial. En este marco, se dotó a todos los institutos de Educación Secundaria de un conjunto de materiales didácticos, entre ellos, la película “Sin Retorno”, ópera prima de Miguel Cohan. En menos de cinco años, el filme se ha convertido en una especie de “biblia” sobre los aspectos éticos de la convivencia en el tráfico.
Matías (Martín Slipak) regresa de una fiesta en el coche de su madre y atropella a un joven ciclista causándole la muerte. Asustado, Matías huye del lugar. Como no se atreve a decir la verdad a sus padres, les engaña diciendo que el automóvil fue robado. El padre del ciclista (Federico Luppi) no está dispuesto a quedarse con los brazos cruzados y, apoyado por los medios de comunicación, se dedica a buscar al responsable de la muerte de su hijo. Federico (Leonardo Sbaraglia), que aquella noche había participado de una confusa situación con el ciclista, es acusado del crimen, pese a ser inocente. Sin ninguna prueba que incrimine a Matías, este sigue con su vida normal a pesar de sus sentimientos de culpa. Hasta que tres años y medio después, Federico sale de la cárcel y decide buscar al verdadero culpable…
…Y hasta ahí vamos a leer, para ver el desenlace hay que ver esta maravillosa película, que en su día se llevó la Espiga de Oro al mejor largometraje en la SEMINCI de Valladolid, fue Premio Pilar Miró al mejor nuevo director y premio de la crítica. Es una película fantástica, cuyo mensaje, llega. Personajes cotidianos, que ven como su vida se transforma por un minuto de irresponsabilidad, con el trasfondo de los poderes institucionales y mediáticos por medio, además de la justicia, temas tan cotidianos que da lo mismo que la acción se desarrolle en Argentina o aquí mismo.
El objetivo de ver esta película, es huir de la Educación Vial en su dimensión normativa, es decir, en la mera transmisión de las normas del tráfico y la enseñanza de las señales, dando por hecho que un adolescente sabe qué significa, por ejemplo, un semáforo en rojo y conoce las consecuencias a todos los niveles de saltárselo. Se trata de trabajar la conflictividad de las normas, es decir, la resistencia a cumplirlas. El objetivo final, en resumen, es profundizar en la dimensión ética de la falta de convivencia en las vías públicas, hacer un análisis profundo de qué somos como personas, como tratamos con el resto, tomar conciencia de nuestra propia libertad, de la responsabilidad que ésta última conlleva, fundamentalmente, en el reconocimiento del otro. A fin de cuentas, un semáforo en rojo para una persona es un semáforo verde para otra, y si nos reconocemos como iguales, debemos respetar en los demás los mismos derechos que reclamamos para nosotros. Quién sabe, quizás tú llegues a otra conclusión después de ver “Sin retorno”. Cuéntanoslo para enriquecer el debate.