Muchos conductores piensan que circulan seguros porque respetan los límites máximos de velocidad. Pero hay muchas circunstancias en las que no superar la velocidad máxima no es suficiente para evitar un siniestro vial. Y es que no es lo mismo velocidad máxima –límite de velocidad legal– que velocidad adecuada –a la que se puede controlar el vehículo en caso de imprevisto–.
Gran parte de los siniestros viales que se producen en nuestras carreteras y ciudades puede relacionarse directamente con la velocidad. Con exceso de velocidad, cualquier siniestro en el que te veas envuelto va a tener unas consecuencias más graves que si tu velocidad hubiera sido moderada. Es de sentido común. El cuerpo humano no puede soportar las colisiones de diversas clases que pueden provocar los automóviles a partir de ciertos umbrales de velocidad. De hecho, la velocidad excesiva o la velocidad inadecuada fue un factor concurrente en 7.000 siniestros con víctimas en 2014, de ahí la importancia de ser conscientes de la magnitud que representa este problema.
La probabilidad de morir o sufrir lesiones graves permanentes es mucho mayor en un siniestro con velocidad excesiva que en otro con una velocidad más moderada. Y esto sucede independientemente de si la causa última del siniestro es o no el exceso de velocidad. La explicación la encontramos en la leyes de la física: cualquier vehículo en movimiento acumula una energía cinética que aumenta en función del peso y la velocidad del vehículo. La Dirección General de Tráfico pone siempre el mismo ejemplo: comparar el impacto de colisionar con un objeto rígido con saltar con tu vehículo desde lo alto de un edificio. Colisionar a 50 km/h equivale a caer desde un tercer piso; a 120 km/hora, desde el piso 14; y a 180 km/h, desde el piso 36. A partir de 50 km/h es más probable que un peatón o ciclista atropellado muera a que sobreviva. Por eso son tan importantes las limitaciones de velocidad. Se calcula que por cada km/h que se reduce la velocidad media, se reduce un 3% la siniestralidad.
Pese a ello, muchos conductores opinan que las limitaciones de velocidad actuales son exageradas ya que las mejoras técnicas de los vehículos y de las carreteras podrían permitir circular a mayor velocidad con toda seguridad. Pero además de interesado, este mensaje es muy peligroso: el motivo de que muchos conductores adopten modos de conducción más arriesgados al sentirse más protegidos en un entorno de mejores coches y mejores carreteras. Esta opinión subjetiva no corresponde en absoluto con la realidad, dado que al aumentar la velocidad, aumenta proporcionalmente el error humano:
- La velocidad hace que te sea más difícil evaluar correctamente las situaciones de tráfico, ya que reduce la cantidad y calidad de información que puedes recoger del ambiente.
- La velocidad deja menos tiempo para la toma de decisiones, por lo que tu elección de respuesta será más precipitada y probablemente menos correcta.
- La velocidad hace más complicada la ejecución de determinadas maniobras o la rectificación de los errores.
- La velocidad aumenta el riesgo creado por otros factores tales como las distracciones, el alcohol, la fatiga, la somnolencia, etc.
Distancia de detención
El primer efecto de la velocidad sobre la conducción es el aumento de la distancia de detención. Cuanto más rápidamente circules, más tiempo tardarás y más espacio recorrerás antes de que tu vehículo se detenga por completo o antes de que disminuya la velocidad lo suficiente para evitar el siniestro.
La distancia de detención es igual a la suma de la distancia de reacción (espacio que recorres antes de pisar el freno) más la distancia de frenado (espacio que recorres durante la frenada). Desde que surge el peligro (por ejemplo, un niño invadiendo la calzada) hasta que pisas el pedal de freno pasa un cierto tiempo que llamamos tiempo de reacción. Este dependerá de tus reflejos, tu estado de ánimo, tu nivel de alerta, si estás o no bajo los efectos del alcohol.
Se suele considerar normal un tiempo de reacción de 0,75 segundos, durante los cuales recorrerás más o menos metros dependiendo de la velocidad a la que circules. Si vas a 50 Km/h, recorrerás 10 metros antes de empezar a frenar; a 120 km/h, la distancia asciende a 25 metros. Esta distancia de reacción la recorres siempre, independientemente de lo bueno y seguro que sea tu coche, o de lo hábil que seas al volante.
La distancia de frenado es aquella que recorre el vehículo desde que pisas el pedal del freno hasta que se detiene el vehículo. Está determinada principalmente por la velocidad a la que circulas, las características técnicas del coche (masas del vehículo, dispositivos de asistencia a la frenada, etc.) y las condiciones de la carretera (con mejor o peor pavimento, húmeda o seca, etc.). Pero también por la carga que lleves en el coche, el estado de los frenos, los neumáticos y los amortiguadores y las condiciones meteorológicas.
Recuerda: Las mejoras técnicas de los vehículos pueden mejorar la distancia de frenado, pero no la distancia de reacción.
La percepción visual: el efecto túnel
A medida que aumentas las velocidad, disminuye la amplitud de tu campo visual útil. Este es el llamado efecto túnel, que te impide apreciar cualquier peligro en los laterales de la carretera, lo que es especialmente peligroso en las intersecciones. Se podría decir que las imágenes laterales pasan a tal velocidad (señales, peatones, otros vehículos) que el ojo es incapaz de captarlas, viendo solo con nitidez el centro de la imagen. A 80 Km/h se produce una pérdida del 35% de la eficacia visual. Imagínate a 120 Km/h y a más.
Este efecto túnel afecta directamente a la distancia de reacción. A una velocidad adecuada podrás detectar a tiempo el peligro, reaccionar y evitar el siniestro. Con exceso de velocidad puede que no seas capaz de captar la situación de emergencia hasta que ya sea demasiado tarde. Es el clásico, “no lo vi”.
¿Velocidad adecuada es lo mismo que velocidad máxima?
Explicado lo anterior, muchos conductores pensarán que respetando los límites de velocidad estarán circulando a una velocidad adecuada. Rotundamente, no. Mantenerse dentro de los límites de velocidad legales no es suficiente para evitar sufrir un siniestro vial. Con niebla o con lluvia, la velocidad adecuada siempre será inferior a la velocidad máxima. De lo que se deduce que si sufrimos un siniestro un día de lluvia, en autovía, a 120 km/h, no será por velocidad excesiva –al estar dentro de los límites–, pero sí por velocidad inadecuada. Pero hay más circunstancias, además de las meteorológicas, que obligan a controlar la velocidad: el estado de las carreteras, del vehículo y del propio conductor.
España es uno de los cinco países de Europa (junto Austria, Alemania, Irlanda, Polonia y Rumanía) que mantiene el límite de velocidad en carreteras convencionales a 100 km/h. 15 estados de la Unión Europea permiten velocidades máximas en estas vías de 90 km/h y otros 8, tienen limitada la velocidad a 80 km/h. En las carreteras de Suecia, líder mundial en seguridad vial, no se permite circular a más de 74 km/h. Técnicamente, estos países no disponen ni de mejores carreteras, ni de mejores coches que en España, pero sus políticas de seguridad vial llevan años orientándose al calmado o moderación del tráfico, o lo que es lo mismo, a que las velocidades máximas se adecúen a las velocidades adecuadas.