Madrid presume de políticas de movilidad alternativa, pero al diseñarlas se olvidaron de los barrios del sur. O por lo menos de Villaverde Bajo. Este es el camino escolar al que se enfrentan a diario los niños que van al cole “debajo de las vías”.
Por Maite Cañamares
En Villaverde Bajo siempre se ha vivido o arriba, o abajo: arriba de las vías o debajo de ellas, conectados por un largo puente sobre la estación del tren que hacía las delicias de los que ya peinamos canas por lo mucho que vibraba cuando pasaban por debajo los larguísimos mercancías. Había quién vivía arriba y trabajaba abajo, o a la inversa, y quién por no subir y bajar los dos larguísimos tramos de escaleras del puente, directamente se lanzaba a cruzar los seis tramos de vías. Yo puedo recordarlo, otros no.
Los muertos acumulados durante décadas más el cansancio de los vecinos, hartos de vivir en un barrio dividido por la línea férrea, dio lugar a una de las acciones vecinales más famosas de Villaverde Bajo reivindicando el enterramiento de las vías del tren. Hasta que a finales de los noventa, Fomento, el ayuntamiento y la Comunidad de Madrid acordaron el soterramiento y la construcción de una Gran Vía, 3 kilómetros de zonas verdes peatonales y para bicicletas, un lugar de encuentro para los vecinos del barrio.
La Gran Vía de Villaverde se inauguró por tramos a partir de 2003. Pero no enterró las vías, si no que se construyó sobre ellas: dos calzadas, de dos carriles de circulación cada una, aparcamientos y aceras laterales con hileras de árboles en jardineras. El lugar de encuentro vecinal se convirtió en una enorme vía de acceso a la M-40 que continúa separando a la altura de Villaverde Bajo a los de arriba y a los de abajo. El plan integral incluía la transformación de parcelas ocupadas por industria obsoleta en nuevas viviendas. Hubo quiénes compramos piso arriba, creyendo que para llegar abajo solo tendríamos que cruzar esa maravilloso lugar de encuentro llamado Gran Vía y así es nuestro camino escolar a día de hoy.
El camino escolar de Lucía
8.30h: salimos de casa. Un trayecto que cruzando la Gran Vía diseñada inicialmente no supondría más de 10-15 minutos andando, se alarga hasta 30 a paso ligero. El primer tramo del camino, hasta la Gran Vía. Al tratarse de una zona residencial de nuevo diseño, las aceras son anchas y sin obstáculos. Pero los pasos de peatones… La mayoría se ubican en la parte final de la calle que intersecciona con otra, por lo que raro es el coche que no obstaculiza el paso de cebra. ¿Culpa de los coches? No, de quién diseñó el paso, pero a los peatones nos toca extremar aún más si cabe la prudencia.
Para cruzar la Gran Vía, hay dos opciones: rampa y escaleras o cruzar bajo el viejo puente de las vías que usan los vehículos para pasar de arriba a bajo. El primero es más seguro, pero muy largo e incómodo para un niño; el segundo es más corto, pero…
Seguimos en Villaverde Bajo, pero ya en lo que siempre se ha conocido como “debajo de las vías”. En esta zona del barrio también se olvidaron de la movilidad alternativa al coche. Las calles son de un solo carril de circulación con aparcamiento a los dos lados y las aceras más que estrechas, estrechísimas, y con árboles. En la Avenida de los Rosales, el tráfico se separa de las aceras con zonas ajardinadas, pero que ocupan terrazas, vehículos mal aparcados o simplemente sirven de aseo para perritos de personas cochinas e incivilizadas.
Y después de recorridos 1.540 accidentados metros, por fin llegamos al cole que, como la mayoría de los colegios de Madrid, está mal señalizado, carece de pasos suficientes y se atasca de coches a las entradas y a las salidas.
¿Por qué llevamos a los niños al cole en coche? Porque en el distrito de Villaverde Bajo no solo no hay caminos escolares, no existe ni siquiera Plan de Movilidad Sostenible. Todas las políticas de movilidad se realizan en el centro, curiosamente donde se usa más el transporte público e incluso se prefiere andar. Claro, que a los de Villaverde también nos gusta, pero no se puede.
me encanta!