Ida/vuelta al trabajo, llevar y traer a los niños al cole y a las extraescolares, ir al supermercado a hacer la compra… Atascos y paradas constantes en semáforos, cedas, stops… Los trayectos cortos y con continuas interrupciones pueden acabar convirtiéndose en el peor enemigo de nuestro vehículo.
Aprovechamos la Semana Europea de la Movilidad 2019 para explicar cuáles son las averías más frecuentes que sufre nuestro coche circulando por ciudad.
Aceite
Todos los vehículos con motores de combustión interna funcionan idóneamente a una temperatura determinada. Por debajo de esa temperatura ideal, los motores se consideran “fríos”. Para alcanzar la temperatura idónea, el vehículo tiene que, “impepinablemente”, circular –cada modelo necesita un tiempo y una distancia recorrida para que el motor alcance su mejor rendimiento–. Pero esto resulta imposible en ciudad, si a lo largo del día vamos sumando trayectos muy cortos con continuos arranques en frío.
Estos arranques en frío disparan el consumo de combustible –generando mucha contaminación–, y degradan muy rápidamente el aceite del motor, poniendo en riesgo cualquiera de sus elementos.
Sí, es cierto que gracias a los continuos avances tecnológicos y a la incorporación de aditivos, los aceites actuales “trabajan” muy bien a temperaturas más bajas fluyendo más rápido en el motor… Pero no hacen milagros, si al cabo del día usamos el coche solo para continuos desplazamientos muy cortos en los que ni motor ni aceite alcanzan su temperatura de funcionamiento.
Un aceite degradado que no lubrica correctamente el motor puede ser el origen de averías muy gordas y caras. Cada uno sabe para qué necesita su vehículo, pero para trayectos muy cortos, quizás sea mejor optar por otra forma de transporte. Hasta tu coche te lo agradecerá.
Embrague
El embrague es uno de los puntos del vehículo que más sufre durante los ciclos de conducción en ciudad. De hecho, es una avería que no deja de aumentar, fundamentalmente por dos motivos: por un lado, porque en ciudad accionamos el embrague cientos de veces –semáforos, stops, cedas, atascos…– y, por otro, porque no perdemos el “vicio” de mantener pie en pedal, aún cuando somos conscientes de que no vamos a poder reanudar la marcha inmediatamente. Empiezan así los “ruiditos” o pequeños chasquidos, primera señal de que el kit de embrague no solo sufre el desgaste habitual, si no de que no funciona como debiera.
Arranca acelerando con suavidad, no mantengas el pie apoyado en el pedal, pisa este último a fondo para cambiar de marcha evitando soltarlo demasiado rápido y… ¡Vigila el nivel de refrigerante! Muchos fallos del embrague se acentúan por la excesiva oxidación y deterioro de las piezas, consecuencia de despreocuparnos de la refrigeración del motor.
Filtro antipartículas
A raíz de las normativas anticontaminación, los vehículos diésel van equipados con un filtro antipartículas, más conocido como FAP o DPF, con el fin de evitar que por el sistema de escape se desprendan pequeñas partículas sólidas de hollín producidas por la combustión diésel.
El filtro antipartículas alojado en el sistema de escape es el encargado de atrapar estas partículas. Una vez llega a su punto de saturación, envía una señal a la unidad de control del vehículo para que se realice una regeneración del filtro por medio de acción pirolítica.
Para que esta acción se lleve a cabo, el escape debe tener una temperatura alta continua, ya que de los contrario no le será posible concluir la regeneración o pirolisis. De ahí que gran parte de las saturaciones se produzcan por circular habitualmente en ciudad, en trayectos cortos o con frecuentes paradas, interrumpiéndose las regeneraciones.
Algunos fabricantes como PSA han optado por añadir un aditivo que ayuda a que se realice la regeneración sin que el escape alcance una alta temperatura, pero el mejor mantenimiento continúa siendo no interrumpir las regeneraciones manteniendo la velocidad a altas revoluciones durante cierto tiempo. De lo contrario, nos exponemos a una eventual regeneración forzosa en taller o, lo que es peor, a un fallo del motor y la rotura del propio filtro. Y esto último, ¡ya son palabras mayores!