La Organización Mundial de la Salud (OMS) tiene una biblioteca on line de campañas de seguridad vial, con el objetivo principal de que éstas puedan servir de inspiración en sus tareas de concienciación a gobiernos e instituciones públicas y privadas, más de 60 anuncios televisivos entre los que se encuentran algunos de los más famosos de la Dirección General de Tráfico (www.dgt.es). Pero el que más “clicks” tiene es “Al final, las imprudencias se pagan”, una campaña de 1993 que en nuestro país fue tachada de “catastrofista”, “morbosa”, “tremendista”, “insensible”… Apelar a la tristeza como emoción básica útil para mejorar nuestras habilidades sociales al volante, no encajaba entonces en nuestro imaginario feliz de la conducción.
De acordarse, lo harán los que fueron a la EGB. Tras un balance de 6.797 vidas perdidas en 2011, en junio de 1992, el entonces director general de tráfico Miguel Muñoz presentaba a los medios “Las imprudencias se pagan… cada vez más” en el intento de impactar y reducir las conductas temerarias al volante. Angustia y muerte, “cuanto más fuerte sea el impacto, más mella hará entre los conductores”, declaró entonces el propio Muñoz. Y el impacto llegó a categoría de tsunami. De catastrofista se llegó a calificar la campaña en los informativos televisivos y en el Congreso de los Diputados, la oposición condenó durísimamente que se apelase al MIEDO para reducir el número de siniestros viales.
Pero esto no desanimó a la Dirección General de Tráfico. En 1992, hubo una reducción del 12% de víctimas mortales, fallecieron 656 personas menos y, mientras la oposición y parte de la opinión pública criticaba que el éxito de la DGT había consistido en que, a raíz de los anuncios y solo por miedo, la gente había dejado de usar el coche, Miguel Muñoz presentó una segunda parte de la campaña en marzo de 1993: “Al final, las imprudencias se pagan”. Los mismos actores, los mismos protagonistas un año después. Menos violenta, pero aún más dramática, al mostrar con toda la crudeza las secuelas físicas y psicológicas que dejan los siniestros de tráfico.
La campaña se le adjudicó a la agencia Clarín, uno de los pilares de nuestra historia de la publicidad en el siglo XX, y la dirección artística, a otra de nuestras leyendas culturales, el por entonces responsable del Centro Dramático Nacional, Adolfo Marsillach. Previo al rodaje de los anuncios, en enero de 1992, se había efectuado una encuesta telefónica para saber si los usuarios recordaban los spots emitidos durante el verano –un 96% de los encuestados recordaba las crudas imágenes de los anuncios y un 73% reconoció que la campaña había influido positivamente en sus hábitos de conducción–, pero entonces se surge un “pero” que a punto estuvo de aparcar el proyecto y encerrarlo en el cajón. “Al ver los anuncios, muchísimas personas iban a pasar un mal rato”, confesaba Miguel Muñoz, aludiendo directamente a las víctimas de los siniestros viales. Efectivamente, la campaña elevaba a protagonistas a las víctimas y, aún mediante ficción se hacía público su angustioso dolor, algo que no se había hecho nunca hasta entonces.
Por suerte, los del “pero” se tropezaron enfrente con Miguel Muñoz, Adolfo Marsillach y la propia agencia Clarín, poco amigos de imposturas o posverdades, que diríamos ahora. Lo que es hipócrita es mostrar en televisión las imágenes de un atentando terrorista y el dolor de las víctimas para justificar la lucha antiterrorista y criticar a Tráfico por usar este procedimiento en su lucha por evitar las muertes en la carretera, repitió el director de la DGT en todos los medios. La balanza se inclinó finalmente de su lado.
Costó, pero hoy un cuarto de siglo después, “Las imprudencias se pagan” se ha convertido en un modelo internacionalmente reconocido de cómo inducir de forma más consciente a la reflexión sobre las consecuencias de los siniestros viales. Bienvenida TRISTEZA si, consecuencia de ella, reflexionamos y evitamos conductas temerarias al volante, entendemos el objetivo de normas, empatizamos y, fruto de ello, mejoramos como conductores.
No se puede por más que coincidir con la OMS en que es una campaña impactante, renunciando a la representación esteticista del problema/solución –el clásico, “si bebes, no conduzcas” en sus múltiples versiones– y activando las emociones como medio de aprendizaje inconsciente. “Las imprudencias se pagan” no solo es un mensaje de concienciación, si no un verdadero ejemplo de educación vial, mostrando de forma clara el mensaje causa/efecto y trasmitiendo valores de respeto, prudencia, amabilidad y empatía. Pocas veces ha repetido DGT frases tan maravillosas como “el carné es lo de menos” o “no es culpa de nadie, es culpa de todos”.